miércoles, 23 de marzo de 2011

Lecturas selectas sobre ciencia, investigación científica y temas conexos

Discurso de Mario Bunge en su Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Salamanca
Cómo criar y como matar la gallina de los huevos de oro
Mario Bunge
Ante todo, agradezco al claustro de doctores salmantinos, así como al señor Rector y los señores Vicerrectores, el haber aceptado la propuesta de mi querido amigo, el Profesor Miguel Ángel Quintanilla, de honrarme con un doctorado honoris causa.
La Universidad de Salamanca ha sido una de las luminarias europeas durante ocho siglos. Suele olvidarse, injustamente, sus contribuciones a la cultura universal. Baste recordar que fue aquí donde Francisco de Vitoria echó las bases del derecho internacional, instrumento indispensable para la convivencia de los pueblos. Cada vez que se lo aplica, se rinde homenaje tácito a la Universidad salmantina, y cada vez que se lo viola se atenta contra la civilización moderna.
Me propongo defender dos tesis. La primera es que la investigación científica es la gallina de los huevos de oro. La segunda es que hay maneras de criarla, y otras tantas de matarla.
[1] La investigación básica es el motor de la cultura intelectual y la madre de la técnica
La investigación básica consiste en la búsqueda de la verdad independientemente de su posible uso práctico, el que acaso jamás llegue. Es la investigación que hacen los matemáticos, físicos, químicos, biólogos, científicos sociales y humanistas. Es sabido que la investigación básica alimenta a la técnica sin ser técnica, porque la técnica diseña medios para cambiar el mundo en lugar de estudiarlo.
El distintivo de la American Association for the Advancement of Science es un par de círculos concéntricos. El círculo central es dorado y simboliza la ciencia básica, mientras que el anillo que lo rodea es azul y simboliza la técnica. La idea es que la ciencia nutre a la técnica. Esta idea podría ampliarse, inscribiendo el círculo en un cuadrado que simbolice la cultura moderna.
En efecto, nuestra cultura, a diferencia de las demás, se caracteriza por su dependencia de la investigación básica. Si ésta se detuviera, ya por falta de vocaciones, ya por falta de fondos, ora por censura ideológica, ora por decreto, nuestra civilización se estancaría, y pronto decaería hasta convertirse en barbarie. Baste recordar lo que sucedió con la ciencia básica bajo el fascismo, y con la biología, la psicología y las ciencias sociales bajo el estalinismo.
Las mejoras, los avances menudos, la elaboración de ideas básicas, pueden planearse y encargarse. Los grandes inventos, como los grandes descubrimientos, no pueden planearse ni encargarse, porque son producto del ingenio estimulado por la curiosidad.
Es posible programar una máquina, pero es imposible programar un cerebro original. Lo que sí es posible es educar un cerebro receptivo e inquieto. Esto es lo que hace todo intelectual disciplinado: va esculpiendo su propio cerebro a medida que va aprendiendo y creando.
Puesto que la espontaneidad no es programable, hay que darle oportunidades antes que órdenes: hay que fomentar la curiosidad, y con ella la creatividad científica o artística sin esperar resultados inmediatos. La exigencia de resultados inmediatos garantiza la mediocridad y el desaliento, e incluso el fracaso.
Por ejemplo, ciertos gobiernos actuales pretenden hacer la guerra al terrorismo, sin entender que es imposible hacer la guerra a células secretas, y sin entender que los terroristas, como los cruzados, no lo son de nacimiento, sino que son productos de ciertas circunstancias y de una educación fanática.
El terrorismo, tanto el de abajo como el de arriba, no terminará si no se transforman esas circunstancias y si no se hace un esfuerzo por entender la psicología y la sociología del terrorista. Tanto en política como en medicina, más vale prevenir que curar. Y cuando se trata de curar hay que buscar y emplear remedios eficaces en lugar de grasa de culebra. Y eso requiere investigación seria antes que receta ideológica. A su vez, los resultados de la investigación se hacen esperar.
Siempre hay que esperar para cosechar frutos, sean comestibles, sean conceptuales. Por ejemplo, Apolonio describió las secciones cónicas unos 200 años a.C., pero nadie las usó con provecho hasta que Galileo empleó la parábola para describir la trayectoria de las balas, y Kepler la elipse para describir las trayectorias planetarias.
Las investigaciones desinteresadas de Ampère y Faraday no rindieron frutos prácticos sino cuando Henry inventó el motor eléctrico. Las ecuaciones de Maxwell y las mediciones de Hertz sólo sirvieron para entender el electromagnetismo, hasta que Marconi las usó para inventar la radio. Thomson, el descubridor del electrón, no pudo anticipar la industria electrónica. Rutherford, el padre de la física nuclear, nunca creyó que sus trabajos darían lugar a la ingeniería nuclear ni las plantas nucleares.
Otro ejemplo: los inventores de la física cuántica no soñaron que ella serviría para diseñar ordenadores y, con ellas, un nuevo sector de la industria. Crick y Watson no previeron la emergencia de poderosas firmas biotécnicas pocas décadas después de anunciar la estructura del ADN.
La unión de la ciencia con la técnica es tan íntima, que no se pueden mantener facultades de ingeniería al día sin el concurso de departamentos de matemática, física, química, biología y psicología. Por ejemplo,el bioingeniero que se ocupa de diseñar prótesis tiene que aprender bastante anatomía y fisiología humanas, y el experto en administración de empresas tiene que aprender bastante psicología, sociología y economía.
La historia de la ciencia y de la técnica sugieren algunas moralejas de interés para quienquiera que se interese en políticas culturales. He aquí tres de ellas.
Primera: Es deseable fomentar la ciencia básica, no sólo para enriquecer la cultura, sino también para nutrir la técnica, y con ella la economía y el gobierno.
Segunda: Puesto que el conocimiento humano es un sistema, en el que toda componente interactúa con otros constituyentes, es preciso fomentar todas las ramas de la cultural intelectual, así como promover la construcción de puentes entre ellas.
Tercera: La ciencia y la técnica no avanzan automáticamente, a despecho de las políticas culturales, sino que son muy sensibles a éstas. Por este motivo, hay que averiguar cuáles son sus estímulos y sus inhibidores. Empecemos por estos últimos.

[2] Los 7 enemigos de la investigación básica
Sugiero que los principales enemigos de la ciencia básica son los siguientes.
1. Mala enseñanza de la ciencia: autoritaria, datista, memorista, y tediosa.
2. Educadores y administradores miopes, que ignoran que no se puede descuidar ninguna rama importante del conocimiento, porque todas estas ramas interactúan entre sí, por lo cual las especialidades estrechas son efímeras.
3. Pragmatismo: creencia de que se puede conseguir huevos sin criar gallina. Los gobiernos norteamericanos más retrógrados recortaron los subsidios a la investigación en ciencias sociales, pero conservaron o aumentaron los subsidios a las ciencias naturales. Se estima que cerca de la mitad de los aumentos sensacionales de la productividad industrial norteamericana desde el fin de la segunda guerra mundial se deben a que los gastos en investigación básica ascienden al 3 % del producto interno bruto, o sea, varias veces lo que gasta España.
4. Neoliberalismo y el consiguiente debilitamiento de las organizaciones estatales, en particular las universidades nacionales. El ejemplo canadiense es elocuente: el gobierno conservador de la década del 80 decretó que los científicos tendrían que buscar fondos en el sector privado. Dado que no los encontraron, el resultado neto de esta política utilitarista es que los gastos por estudiante han disminuido en un 20%, en tanto que los gastos norteamericanos han aumentado en un 30% durante el mismo período. El gobierno liberal inició una rectificación de este curso desastroso, pero obró tarde e insuficientemente. Mientras tanto, centenares de investigadores emigraron, y miles de estudiantes desistieron de estudiar ciencias.
5. Oscurantismo tradicional: fundamentalismo religioso, ciencias ocultas, homeopatía, psicoanálisis, etc., y la censura ideológica concomitante. Por ejemplo, el gobierno actual de la India, comprometido con la religión hindú, ha promovido los estudios de astrología y de medicina védica. Otro ejemplo es la restricción a la investigación de las células totipotentes para complacer a unos teólogos retrógrados.
6. Oscurantismo posmoderno: “pensamiento débil”, retorismo, deconstruccionismo, existencialismo, y la filosofía femenina que considera la ciencia, y en general la racionalidad y la objetividad, como “falocéntricas”.
7. Constructivismo-relativismo en filosofía, sociología e historia de la ciencia, doctrina que niega la posibilidad de hallar verdades objetivas e imagina trampas políticas tras los teoremas más inocentes, con lo cual desanima la búsqueda de la verdad, lo que a su vez empobrece la cultura.
Dejemos ahora estas reflexiones y admoniciones pesimistas, y veamos qué puede hacerse para promover la búsqueda de la verdad por la verdad.

[3] Qué hacer para promover la investigación básica
Propongo que una manera de promover el avance del conocimiento básico es adoptar, elaborar y poner en práctica las medidas siguientes:
1. Enseñar más ciencia, y enseñarla mejor, en todos los niveles, así como montar museos y espectáculos científicos.
2. Aumentar los subsidios a la investigación básica, particularmente en los sectores más descuidados.
3. Ofrecer becas a estudiantes interesados en ramas descuidadas o emergentes de la ciencia básica, tales como matemática, física de líquidos, química teórica, neurociencia cognitiva, socio-economía, sociología política, economía del desarrollo, investigación operativa, sociolingüística, y filosofía exacta.
4. Reforzar la participación de investigadores en el diseño de políticas culturales y planes de enseñanza.
5. Aliviar a los investigadores de tareas administrativas.
6. Denunciar las imposturas intelectuales, tales como el “creacionismo científico”, las medicinas alternativas, y fomentar en cambio el pensamiento crítico, el debate racional y la divulgación científica.
7. Resistir el movimiento de privatización de las universidades. Las funciones específicas de la Universidad son producir y difundir conocimiento, no dinero; por consiguiente, la Universidad debe seguir siendo dirigida por académicos, no por empresarios ni por comisarios, así como las empresas deben seguir siendo dirigidas por empresarios, no por investigadores ni por comisarios.
Termino. De todos los sistemas que constituyen una sociedad, el cultural es el más vulnerable a los choques económicos y políticos. Por esto es el que hay que manejar con mayor cuidado y alimentar con mayor dedicación, sin esperar otros rendimientos inmediatos que su propio enriquecimiento
Dada la centralidad de la ciencia en la cultura y la economía modernas, es aconsejable adoptar la política del gobierno surcoreano. Cuando la economía surcoreana entró en crisis, hace pocos años, en lugar de recortar los subsidios a la investigación básica, el gobierno resolvió incrementarlos hasta alcanzar el 5% del PIB. El resultado está a la vista: la producción científica surcoreana sobrepasa hoy a la india, pese a que la ciencia india empezó un siglo antes que la coreana.
No es que el dinero genere ciencia, sino que sin él, la ciencia languidece. Quien quiera comer huevos, que alimente a su gallina. Y quien quiera preservar una buena tradición deberá enriquecerla, porque la permanencia sólo se consigue a fuerza de cambios.
Mario Bunge
Salamanca, 15 de Mayo de 2003



Pseudociencia



¿QUÉ SON LAS SEUDOCIENCIAS?
Mario Bunge
URL: La Nación http://www.lanacion.com.ar/


Una seudociencia es un montón de macanas que se vende como ciencia. Ejemplos: alquimia, astrología, caracterología, comunismo científico, creacionismo científico, grafología, ovnilogía,
parapsicología y psicoanálisis.

Una seudociencia se reconoce por poseer al menos un par de las características siguientes:

-.Invoca entes inmateriales o sobrenaturales inaccesibles al examen empírico, tales como fuerza vital, alma, superego, creación divina, destino, memoria colectiva y necesidad histórica.

-.Es crédula: no somete sus especulaciones a prueba alguna. Por ejemplo, no hay laboratorios homeopáticos ni psicoanalíticos. Corrección: en la Universidad Duke existió en un tiempo el
laboratorio parapsicológico de J. B. Rhine; y en la de París existió el laboratorio homeopático del doctor Benveniste. Pero ambos fueron clausurados cuando se descubrió que habían cometido fraudes.

-. Es dogmática: no cambia sus principios cuando fallan ni como resultado de nuevos hallazgos. No busca novedades, sino que queda atada a un cuerpo de creencias. Cuando cambia lo hace solo en
detalles y como resultado de disensiones dentro de la grey.

-. Rechaza la crítica, matayuyos normal en la actividad científica, alegando que es ella motivada por dogmatismo o por resistencia psicológica. Recurre pues al argumento ad hominem en lugar del
argumento honesto.

-. No encuentra ni utiliza leyes generales. Los científicos, en cambio, buscan o usan leyes generales.

-. Sus principios son incompatibles con algunos de los principios más seguros de la ciencia. Por ejemplo, la telequinesis contradice el principio de conservación de la energía. Y el concepto de memoria colectiva contradice la perogrullada de que solo un cerebro individual pueden recordar.

-. No interactúa con ninguna ciencia propiamente dicha. En particular, ni psicoanalistas ni parapsicólogos tienen tratos con la psicología experimental o con la neurociencia. A primera vista, la astrología es la excepción, ya que emplea datos astronómicos para confeccionar horóscopos. Pero toma sin dar nada a cambio. Las ciencias propiamente dichas forman un sistema de componentes interdependientes.

-. Es fácil: no requiere un largo aprendizaje. El motivo es que no se funda sobre un cuerpo de conocimientos auténticos. Por ejemplo, quien pretenda investigar los mecanismos neurales del olvido o del placer tendrá que empezar por estudiar neurobiología y psicología, dedicando
varios años a trabajos de laboratorio. En cambio, cualquiera puede recitar el dogma de que el olvido es efecto de la represión, o de que la búsqueda del placer obedece al "principio del placer". Buscar
conocimiento nuevo no es lo mismo que repetir o siquiera inventar fórmulas huecas.

-. Sólo le interesa lo que pueda tener uso práctico: no busca la verdad desinteresada. Ni admite ignorar algo: tiene explicaciones para todo. Pero sus procedimientos y recetas son ineficaces por no fundarse sobre conocimientos auténticos. Al igual que la magia, tiene aspiraciones técnicas infundadas.

Se mantiene al margen de la comunidad científica. Es decir, sus cultores no publican en revistas científicas ni participan de seminarios ni de congresos abiertos a la comunidad científica. Los
científicos, en cambio, someten sus ideas a la crítica de sus pares: someten sus artículos a publicaciones científicas y presentan sus resultados en seminarios, conferencias y congresos.

Aprendizaje emocional

Veamos en un ejemplo cómo obran los científicos cuando abordan problemas que también interesan a los seudocientíficos. En 1998 los psicobiólogos J. S. Morris, A. Ohman y R. J. Dolan publicaron en la célebre revista Nature un trabajo sobre aprendizaje emocional consciente e inconsciente en la amígdala humana. Ya que este artículo trata de emociones conscientes e inconscientes, parecería que debiera interesar a los psicoanalistas. Pero no les interesa porque los autores estudiaron el cerebro, mientras que los analistas se ocupan del alma: no sabrían qué hacer con cerebros, ajenos o propios, en un laboratorio de psicobiología.

Pues bien, la amígdala cerebral es un órgano diminuto pero evolutivamente muy antiguo, que siente emociones básicas tales como el miedo y la furia. Dada la importancia de estas emociones en la
vida social, es fácil imaginar los trastornos de conducta que sufre una persona con una amígdala anormal, ya sea atrofiada o hipertrófica. Si lo primero, no reconocerá signos peligrosos. Si lo
segundo, será propensa a la violencia.

La actividad de la amígdala cerebral puede registrarse mediante un escáner PET. Este aparato permite detectar objetivamente las emociones de un sujeto en cada lado de su amígdala. Sin embargo, tal actividad emocional puede no aflorar a la conciencia. O sea, una persona puede estar asustada o enojada sin advertirlo. ¿Cómo se sabe? Agregando un test psicológico a la observación neurobiológica. Por ejemplo, si a un sujeto normal se le muestra brevemente una cara enojada y enseguida después una cara sin expresión, informará que vio la segunda pero no la primera. ¿Represión? Los científicos citados no se contentaron con bautizar el fenómeno. Repitieron el experimento, pero ahora asociaron la cara enojada con un estímulo negativo: un intenso y molesto ruido "blanco", es decir, no significativo. En este caso, la amígdala fue activada por la imagen visual, aun cuando el sujeto no recordara haberla visto. O sea que la amígdala cerebral "sabe" algo que ignora el órgano de la conciencia (cualquiera que este sea).

En principio, con el método que acabo de describir escuetamente se podría medir la intensidad de una emoción. Por ejemplo, se podría medir la intensidad del odio que, según Freud, un varón siente por su padre. Sin embargo, antes de proceder a tal medición habría que establecer la existencia del complejo de Edipo. Pero este no existe, como lo mostraron las extensas investigaciones de campo del profesor Arthur P. Wolf condensadas en su grueso tomo Sexual Attraction and Childhood Association (Stanford University Press, 1995).

Las seudociencias son como las pesadillas: se desvanecen cuando se las examina a la luz de la ciencia. Pero mientras tanto infectan la cultura y algunas de ellas son de gran provecho pecuniario para sus cultores. Por ejemplo, un psicoanalista latinoamericano puede ganar en un día lo que su compatriota científico gana en un mes. Lo que refuta el refrán "no es oro todo lo que reluce".

[Nota] * Mario Bunge, pensador argentino radicado en Canadá, es Doctor en Ciencias Fisicomatemáticas y uno de los principales filósofos contemporáneos. Posee diez doctorados honoris causa y tres profesorados honorarios, siendo miembro del Institut International de Philosophie, de la Académie Internationale de Philosophie des Sciences y de la Academy of Humanism. Su último libro es “Las ciencias sociales en discusión” (Ed. Sudamericana).
Mario Bunge es así mismo miembro de ARP-Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico. 




Usos prácticos de la epistemología

Por grupobunge Por Mario Bunge
Para La Nación, 21 ggosto, 2000. versión impresa,
  MONTREAL
LA epistemología es la filosofía de la ciencia y de la técnica. Se ocupa de analizar y sistematizar conceptos tales como los de dato empírico, verdad de hecho, hipótesis, ley científica, regla técnica, teoría, experimento, explicación, predicción, artefacto y diseño. También trata de los supuestos filosóficos de la investigación, tales como el de la existencia del mundo, la posibilidad de conocerlo, y la de dañarlo.
La epistemología es a la ciencia lo que la teología a la religión, y lo que la estética es al arte. Se puede hacer ciencia sin epistemología explícita, así como se puede practicar una religión sin entreverarse en disputas teológicas, y crear obras de arte sin intentar entender textos de estética.
Pero en todos estos casos se acepta tácitamente montones de ideas. Por ejemplo, incluso el más ingenuo de los creyentes religiosos tiene alguna idea, por tosca que sea, acerca de aquello que venera, adula o teme. La tarea del teólogo es refinar y propagar esta idea.
Tal refinamiento tiene también usos prácticos: se enseña en las escuelas religiosas y se emplea para catequizar. También sirve de cartabón para medir el tamaño de la herejía y el condigno castigo.
Los usos prácticos de la epistemología son mucho más modestos. Son principalmente tres: orientar (o extraviar) la investigación científica y el diseño técnico; distinguir (o confundir) la ciencia de la seudociencia y la técnica de la seudotécnica, y ayudar a diseñar políticas de fomento (o retroceso) de la ciencia y de la técnica. Veamos.
Oscurantistas e ilustrados
Ante todo, aclaremos lo de la ambivalencia de la epistemología (orientar o extraviar, distinguir o confundir, y fomentar o impedir). Una epistemología ilustrada, que se inspire en la ciencia y en la técnica, puede ayudarlas. En cambio, una filosofía oscurantista, que menosprecie la claridad y la búsqueda de la verdad o de la eficacia, será un obstáculo al avance científico y técnico. Un ejemplo clásico es el escepticismo radical, en particular el relativismo, que sostiene que "todo vale", ya que no habría verdades objetivas. Otro ejemplo es la filosofía del lenguaje ordinario, que niega el carácter excepcional y artificial de la ciencia y de la técnica, e invita a examinarlas como si fueran juegos lingüísticos. Un ejemplo aun más obvio es el enfoque existencialista de la técnica, que la confunde con la acción y pasa por alto su núcleo conceptual, que es científico.
¿Cómo puede ayudar a la ciencia una epistemología adecuada a ella? De muchas maneras. Una de ellas es recordando que una técnica de investigación, por refinada y poderosa que sea, no reemplaza a la teoría. Por ejemplo, la visualización por resonancia magnética permite localizar procesos mentales, pero no revela cuáles son sus mecanismos neurofisiológicos. Para averiguar esto último hace falta complementar esa técnica con las técnicas electrofisiológicas. También, y sobre todo, hace falta empezar por conjeturar qué parte del cerebro ejecuta los procesos mentales en cuestión, y terminar por imaginar lo que ocurre entre las neuronas que participan en el mismo, por ejemplo, cuáles se enlazan entre sí y cómo lo hacen.
Al fin y al cabo, una técnica de investigación no es más ni menos que un medio para contrastar hipótesis. Un investigador que sólo se ocupe de técnicas de investigación es un técnico de laboratorio antes que un científico cabal. Por ejemplo, Ramón y Cajal se distinguió no sólo por usar el método de teñido de células que inventó Golgi, sino, y principalmente, por usarlo para poner en evidencia y describir en detalle una gran cantidad de circuitos nerviosos y por conjeturar sus funciones.
Otro ejemplo: un economista que llene hojas con fórmulas matemáticas (o que aparentan serlo) ganará la admiración de sus colegas no matemáticos. Pero si esas fórmulas no representan ni remotamente hechos económicos reales, no merecerán ser llamadas científicas. Un caso clásico es el de la microeconomía neoclásica, que enfoca su atención en mercados ideales (perfectamente competitivos y en equilibrio), de modo que en sus fórmulas no figura la variable tiempo. Que es como si un experto en mecánica sólo supiese de sube-y-bajas en reposo.
Verdades objetivas
Una epistemología correcta ayudará también a diagnosticar el macaneo seudocientífico o seudotécnico. Por ejemplo, mostrará que la llamada sociología constructivista y relativista de la ciencia y de la técnica no es seria, porque las confunde (al hablar de "tecnociencia") y porque niega que busquen o usen verdades objetivas. Otro ejemplo es el de las medicinas alternativas, tales como la homeopatía, la medicina holística y la logoterapia. El epistemólogo serio mostrará que, puesto que no se fundan sobre la biología ni la farmacología, en el mejor de los casos tienen un efecto placebo, y en el peor retrasan el recurso a diagnósticos y tratamientos médicos correctos. En resumen, la epistemología puede salvar vidas y ahorrar miles de millones de pesos.
Finalmente, la epistemología interviene en el diseño de políticas científico-técnicas. Por ejemplo, si el ministro del ramo cree que las computadoras pueden reemplazar a los cerebros, destinará más recursos a la compra de las primeras que al entrenamiento y mantenimiento de los segundos. Pero puede ir aún más lejos, y decidir que el país no puede permitirse el lujo de hacer ciencia ni técnica. O puede creer que éstas se pueden comprar como si fueran artefactos. ¿A qué seguir imaginando políticas científico-técnicas tan geniales?
En resumen: dime cuál es tu epistemología y te diré qué macanas dirás y harás respecto de la ciencia y de la técnica. Pero nunca podré predecir qué descubrirás o inventarás. Porque, para bien o para mal, los investigadores y técnicos creadores suelen profesar una epistemología y practicar otra. O sea, no suelen poner su credo epistemológico a prueba experimental. Esta es tarea del epistemólogo.


Por una nueva reforma

En 1918, los estudiantes universitarios cordobeses se levantaron contra la oligarquía académica. Los reformistas exigían la representación de los estudiantes en sus órganos de gobierno. “Afortunadamente –escribe Mario Bunge–, a los enfermos no se les ocurrió exigir la dirección de los hospitales, ni a los pasajeros de tren la dirección de los ferrocarriles.” Filoso, Bunge reclama una nueva reforma que haga innecesarias explosiones como las del ’18. Una reforma permanente, que mantenga a la Universidad al día con los avances de la ciencia, la técnica y las humanidades.

Por Mario Bunge


Gobierno propio. Los reformistas se arrogaban el derecho de gobernar ellos mismos la Universidad.

Hace 90 años, los estudiantes universitarios cordobeses se levantaron contra la oligarquía académica. Su rebelión se propagó no sólo a las demás universidades argentinas, sino también a varios países andinos. ¿En qué consistió, qué logró y en qué quedó?
El Manifiesto Liminar de la Reforma, presumiblemente escrito por Deodoro Roca, dice claramente qué querían los primeros reformistas: exigían democratizar las universidades y ponerlas al día con la ciencia, porque las juzgaban autoritarias y anacrónicas. Se rebelaban contra “el arcaico y bárbaro concepto de autoridad que en estas casas de estudio es un baluarte de absurda tiranía y sólo sirve para proteger criminalmente la falsa dignidad y la falsa competencia”.
Los dirigentes reformistas se quejaban justamente de que, para proteger su propia ignorancia, la Universidad mediterránea de entonces había cerrado las puertas al criminalista Enrico Ferri, el historiador y jurista Guglielmo Ferrero y el jurista y político Alfredo Palacios. (Nótese la ausencia de científicos. Obsérvese también que Ferri, yerno de Cesare Lombroso, compartía la hipótesis de éste de que la criminalidad es innata.)
Para democratizar la Universidad, los reformistas exigían la representación de los estudiantes y graduados en sus órganos de gobierno. De hecho, pedían más que representación estudiantil: sostenían que “el derecho a darse el gobierno propio radica principalmente en los estudiantes”. Afortunadamente, a los enfermos no se les ocurrió exigir la dirección de los hospitales, ni a los pasajeros de tren la dirección de los ferrocarriles.
La reforma del ’18 logró la democratización parcial de la Universidad argentina: estudiantes y graduados enviaron sus delegados, libremente elegidos, a los consejos directivos de las universidades y sus facultades. Pero el cuerpo docente no se democratizó, porque siguió en manos de profesores pertenecientes a cliques o incluso familias. El jusfilósofo argentino-germano Ernesto Garzón Valdés ha denunciado que en su tiempo los profesores de la Universidad de Córdoba se llamaban mayoritariamente Garzón o Valdés. (De los 15 firmantes del Manifiesto Liminar, dos se apellidan Garzón y uno Valdés.)
Las conquistas de la reforma fueron recortadas por las dictaduras y dictablandas que se sucedieron a partir del golpe militar de 1930. Durante la década del 30 y los comienzos de los 40, los reformistas se movilizaron a veces contra malos profesores, y salieron muchas veces a la calle para defender las libertades democráticas que quedaban.
Recuerdo un acto que en 1935 colmó un teatro de estudiantes de medicina, que protestaban contra el profesor de Anatomía, quien exigía que sus alumnos comprasen su propio texto, en tres tomos, plagiado del famoso tratado de Testut, y su propia libreta de trabajos prácticos. Los muchachos habían compuesto una canción que cantaban con la melodía de La cucaracha, y que decía: “Por la libreta, por los tres tomos, ya la vas a pagar”.
También recuerdo una manifestación en 1941 a favor del presidente anglófilo Roberto Ortiz, contrario a su vice, Ramón Castillo, quien favorecía a los nazis. Nos atacaron los “cosacos” a caballo. Algunos manifestantes regaron la calle con municiones que hacían resbalar a los caballlos, y algunos fuimos golpeados. Naturalmente, nada de eso sirvió. Los reformistas nada pudieron contra las Fuerzas Armadas, la Iglesia Católica y la Embajada alemana.
Bajo el régimen peronista, el estudiantado se dividió en tres facciones: los reformistas, “humanistas” (católicos) y peronistas. Hacia fines del régimen, los centros de estudiantes dominados por los comunistas pactaron unas veces con los peronistas y otras con los “humanistas”. Ernesto Mario Bravo, el famoso dirigente comunista de Química, llamó a la reconciliación con los peronistas a poco de ser torturado brutalmente. El mismo centro rechazó una colaboración mía y en cambio publicó un artículo de un “humanista”. No cuesta imaginar cómo habrían juzgado esta falta de principios los padres de la reforma del ’18, quienes en su Manifiesto Liminar habían sostenido ingenuamente que “la juventud vive siempre en trance de heroísmo. Es desinteresada, es pura”.
Las universidades de entonces no fabricaban conocimientos sino diplomas profesionales. Los pocos matemáticos, físicos, químicos y biólogos que había estaban dedicados casi exclusivamente a enseñar a futuros profesionales. Inevitablemente, los líderes reformistas habían sido formados en esas universidades: casi todos ellos estudiaban Derecho o Medicina. En resumen, la reforma del ’18 fue política, no académica.
La reforma académica de las universidades argentinas empezó recién en 1955, cuando las universidades argentinas se libraron de los profesores y decanos incompetentes (“flor de ceibo”) que habían sido designados por su obsecuencia para con el régimen peronista, y cuando todas las cátedras fueron sometidas a concurso.
Curiosamente, no todos los reformistas del ’55 compartían las aspiraciones académicas de los reformistas del ’18. En efecto, mientras los centros de estudiantes de ciencias apoyaron la renovación académica, no sucedió lo mismo con todos los centros de estudiantes de humanidades.
Yo fui protagonista de esta reforma académica, en tanto que profesor de Física en las facultades de Ciencias de la UBA y de la Universidad Nacional de La Plata, y de Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras. Mantuve excelentes relaciones con los reformistas de Ciencias, pero pésima con los de Filosofía. Estos últimos me hicieron la huelga durante los dos primeros meses, porque defendían a mi predecesor, una persona sin antecedentes académicos. Este individuo, que ni siquiera tenía un doctorado, había publicado un manual sobre cómo redactar tesis doctorales (publicado por la Universidad Nacional del Litoral) y había enseñado un seminario sobre demonografía en la cátedra de Filosofía de la Ciencia.
Un año después, los representantes reformistas en el Consejo Directivo de la misma Facultad de Humanidades de la UBA se opusieron a casi todas mis propuestas de reforma. (Algunas de ellas fueron aprobadas gracias al voto de la delegada “humanista” de los egresados.) Se decían reformistas pero se comportaban como conservadores.
La reforma del ’18 no logró la reforma académica, que a mi juicio era y es aún más necesaria que la política. (¿Qué es la política sino herramienta? ¿Qué debería ser la política universitaria sino una herramienta para elevar el nivel académico?) Con la sola excepción de la Universidad Nacional de La Plata, el núcleo de las universidades argentinas siguió constituido por facultades profesionales: las de Derecho, Medicina e Ingeniería. Y las elecciones estudiantiles empapelaron las casas de estudios con consignas de politiquería, no de políticas culturales. A lo sumo, hubo declamaciones contra el cientificismo. Nunca contra el existencialismo, el intuicionismo, el psicoanálisis, el economismo ni otras estafas intelectuales.
Hace falta una tercera reforma universitaria después de las logradas en 1918 y 1955. ¿Qué digo? Hace falta una reforma académica que haga innecesarias explosiones como la del ’18: se necesita la permanente reforma de fondo, que mantenga las universidades al día con los avances de la ciencia, la técnica y las humanidades. ¡Viva la reforma universitaria permanente!

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